Hace algunos años comencé a explorar el budismo zen. Al principio fue por simple curiosidad —siempre me llamó la atención la figura de Buda—, pero esa curiosidad se transformó en interés, y ese interés, en un tema de investigación para el Trabajo Final de Grado de la Licenciatura en Cine y TV que realicé junto a Valeria Lorenzo, colega y amiga. Te comparto el tráiler del cortometraje-ensayo producto de la investigación.
En este trabajo abordamos la expresión del paso del tiempo a través de imágenes de archivo analógicas de nuestra infancia, explorando temas como la memoria, el recuerdo y la identidad. Hasta que, por pura casualidad llegamos al universo del wabi-sabi1, el budismo zen y en el concepto de impermanencia, dándole un sentido a nuestra búsqueda.
Días ordinarios y perfectos
Cuando vi Perfect Days (Wim Wenders, 2023), sentí que era una película budista sin necesidad de decirlo. Muchxs la consideraron lenta, aburrida, o incluso perversa, como si buscara romantizar la precarización. Pero yo creo que hay otra lectura posible.
La película retrata la vida de Hirayama, un trabajador que limpia baños públicos en Tokio. Su rutina es tan predecible que podría parecer insignificante. Pero él no sólo la acepta: la habita. A través de pequeños guiños, la película nos muestra una forma de estar en el mundo que no necesita adornos. Su existencia es tan ordinaria que puede llegar a exasperar a quienes viven atrapados en la necesidad de lo extraordinario.

Personalmente, siempre estuve expuesta a discursos que glorifican lo extraordinario. Frases como: “tenés que destacarte”, “aspirar a más”, “encontrar tu propósito”, “ser tu mejor versión”, “encontrar a tu alma gemela”, etcétera. Una presión constante por alcanzar una vida “de película”, donde todo parece tener sentido, y el desenlace nos favorece.
En redes sociales esto se acentúa. Basta con abrir Instagram: todo el mundo parece estar viviendo una vida súper interesante, llena de logros y momentos felices.
Y en medio de ese caos de información, parece que elegir lo ordinario —una vida simple, sin grandes fuegos artificiales— fuera algo para señalar o incluso compadecer. Pero, para mí, hay una belleza silenciosa en lo cotidiano.
Sentarme a tomar unos mates a la mañana.
Salir a pasear con mi pareja y mi perrita.
Estar en mi casa llevando puesto el pijama.
Un baño de agua caliente.
Escuchar música mientras limpio.
El sol en la cara.
Leer un libro.
Contemplar una obra de arte.
La taza de té antes de irme a dormir.
Habitar la impermanencia
No creo en verdades absolutas. Mi papá, que siempre quiso que fuera practicante del catolicismo, me decía que no podía ser relativista, que había cosas que simplemente eran así. Pero yo siempre me moví en los grises, porque la única certeza que tengo es que todxs, en algún momento, vamos a morir.
Aunque no practico el budismo como religión, lo tomo como una forma amable de mirar el mundo. Una herramienta para hacer la existencia más ligera. El budismo me enseñó algo valiosísimo: todo es impermanente.
Desde que entendí a qué se refería la palabra impermanencia, vivo cada día con la conciencia de que nada es para siempre: vínculos, trabajos, estados, emociones. Todo cambia. Y la naturaleza es la mayor prueba de ello. Sabiendo eso, intento no aferrarme a nada con apego.
Si todo es impermanente, ¿por qué no aprender a encontrar belleza en lo que forma parte de nuestro día a día en vez de esperar a experimentar esa belleza solo en lo extraordinario?
Aceptación no es igual a complacencia
Debo admitir que los últimos años se sintieron como vivir dentro de una burbuja.
Creé la realidad que deseaba experimentar y, aunque eso tiene un gran valor para mí, me atomicé. Mientras yo pensaba que era flexible, lo era... pero dentro de los parámetros que yo quería flexibilizar. No estaba abierta a otras posibilidades que no fueran las que yo había imaginado. Trabajar en relación de dependencia fue uno de mis no negociables durante casi una década. Pero la vida, gran maestra, me puso a prueba.
Al mudarme de provincia, todo cambió. Aunque quise aferrarme a mis rutinas y hábitos conocidos, me sentía como si estuviera tirando de un elefante con una cuerda. Tuve que desarmar lo conocido y reconfigurar mi vida. Hoy, I’m living my perfect days. Y estos son como los de Hirayama.
Después de años, tengo un trabajo en relación de dependencia. Si tiempo atrás me preguntaban dónde y cómo me veía a mis 33 años, la postal definitivamente no era esta. Pero acepto este presente. Porque ser independiente y exigirle a mi creatividad que sea mi primera fuente de ingreso la estaba aniquilando. Y porque —de nuevo—: todo es impermanente, incluso este trabajo.
Disolver el tiempo
Para mí, existen dos caminos posibles a la hora de experimentar una situación: o me voy hacia el sufrimiento o vivo en el presente. Ir hacia el sufrimiento es quedar anclada en el pasado, en lo que podría haber hecho, en las decisiones que tomé, en que ayer fue mejor; también lo es proyectarse hacia el futuro, pensar en consecuencias que aún no existen, imaginar escenarios y desenlaces, experimentar de antemano sentimientos de frustración, fracaso, tristeza o cansancio. O puedo anclarme al presente, poner el foco y la energía en lo que sí existe: el aquí y ahora.
Hirayama se levanta temprano todos los días, se sube al auto y mientras maneja escucha música que le da buen ánimo. Hace su trabajo con una cadencia meditativa. Almuerza observando la naturaleza, saca fotos. Tiene su momento de esparcimiento. Vuelve, lee y se va a dormir. Y cuando vemos al personaje, no vemos un ser amargado que se lamenta con cada acción, sino alguien que vive con la certeza de que hasta en lo más pequeño, insignificante y ordinario se puede experimentar una sensación de belleza.
A veces la vida nos pedirá que hagamos de lo ordinario algo extraordinario. Y otras, que aprendamos a ver lo extraordinario en lo simple. Vivir es perder y encontrar el equilibrio, una y otra vez. Cuanto antes aceptemos que todo es impermanente, más perfectos serán nuestros días.
Escuchá el episodio del podcast sugerido para acompañar esta lectura.
Referencias
Estrella, F. E., & Lorenzo Ponce, V. A. (2024). Fragmentos de tiempo congelado (Trabajo Final de Grado, Licenciatura en Cine y TV). Universidad Nacional de Córdoba.
Lanzaco Salafranca, F. (2009). Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa. Editorial Verbum.
Wenders, W. (Director). (2023). Perfect Days.
El wabi-sabi es, en resumidas cuentas, una filosofía japonesa que celebra la belleza de lo imperfecto, lo efímero y lo incompleto, así como de aquello que revela el paso del tiempo. Es más fácil experimentarlo que definirlo.
No se trata de un concepto que haya surgido en un período histórico específico, sino que comenzó a gestarse durante el período Heian (794-1185) y evolucionó a lo largo de los períodos Kamakura (1185-1333), Muromachi (1336-1573) y Momoyama (1568-1600). Estas épocas estuvieron marcadas por guerras sangrientas y una profunda pobreza en Japón, lo que motivó un cuestionamiento de la religión sectaria predominante hasta entonces. En este contexto de transformación, comenzó a afianzarse el budismo, especialmente entre las clases dirigentes y los samuráis (Lanzaco Salafranca, 2009).
Amé esto Fati, me encanta esa crudeza cargada de belleza con la que compartis este momento vital... Qué lindo el cortometraje también, siempre te lo he dicho admiro mucho el lente con el que percibis este mundo ✨️🌎🫀 abrazo fuerte